Powered By Blogger

lunes, 8 de febrero de 2010

Gordito Chupacirio / primera parte




Desde los trece a los dieciseis años fui un chupacirio, una mariquita parroquial. Durante esos tres años fui prácticamente todos los domingos a misa, también iba a misa los sábados como parte de la rutina de las clases de catequesis que daba a niños de 8 años y por supuesto asistía a todas las misas extraordinarias: Miércoles de Cenizas, Pentecostés, Semana Santa, Via Crucis, festividad del Corpus Christi, Navidad, Reyes, Profesiones Perpetuas, Ordenaciones Sacerdotales, Diaconados, día de la Virgen, etc.

Para ese entonces yo era incapaz de pensarme como marica, la negación era terrible. Me engañaba sistemáticamente a mi mismo, confundía la atracción y el deseo que sentía por otros varones con una forma de amor fraterno, no es que no hubiese cariño sino que todas mis pulsiones sexuales (mi calentura) eran canalizadas en una economía filial cristiana. Esa economía perversa hizo mi existencia posible y mi mundo adolescente un poco más habitable. El pertenecer a una comunidad de jóvenes religiosos me permitió escapar de varias de las situaciones de violencia que los maricas más jovencitos tenemos que enfrentar en nuestra adolescencia (especialmente la hostilidad en la escuela y las presiones familiares y de nuestros pares), y a su vez encontrar una explicación o una excusa para nuestros deseos e identidades no hegemónicos.

De este modo el amor homoerótico encuentra una institución que hace su existencia posible, o mejor aun, el deseo homoerótico puede ser institucionalizado, legitimado, en términos de amor al prójimo. Del mismo modo se habilitan códigos de conducta no hegemónicos que en otros contextos serían inaceptables. Así, recuerdo, que en esta época podía saludar a otros varones con un beso, abrazar a algún amigo durante varios minutos, o tomarme de la mano con un parroquiano desconocido, en las praderas de San Ambrosio justo ante el palacio de la viuda de Olmos.

Recordemos que mientras para las mujeres “la de marimacho es una fase efímera y poco importante (…) un mero lapso en el curso del desarrollo femenino”1 en el caso contrario “No hay un periodo de tiempo aceptado para que un muchacho explore su lado femenino, porque dicha exploración daría a entender que tal vez fuera diferente” 2, en nuestra cultura el contacto entre varones, la posibilidad de tocar a otro, sólo se habilita en contextos deportivos, de lucha o competencia. Es por esto que considero la fase religiosa cristiana puede ser tan importante en la vida de algunos homosexuales, en mi caso particular me permitió interactuar de un modo amoroso con otros varones, recuerdo mi euforia al entrelazar mis manos con las de otros hombres para rezar, también recuerdo que escribía extensísimas cartas a mis compañeros de grupo juvenil expresando mi cariño y amistad incondicional, terminándolas siempre con cuatro palabras que aun hoy despiertan excitación “te ama, tu hermano”.

En los talleres de reflexión y pensamiento gay que coordiné en Córdoba como en distintas charlas informales con conocidos gays de trayectoria católica, salieron a la luz diferentes modos de supervivencia de nuestros deseos y placeres homosexuales en dicha etapa de nuestras vidas:

Para muchos los espacios religiosos les permitieron poder desempeñarse activamente en cuestiones académicas (leer, estudiar, ser alumnos “tragas”) contando con la protección de algún funcionario religioso o con la contención de un grupo que no recriminaba sus intereses sino que consideraba la Sabiduría uno de los dones del Espíritu Santo, o una valiosísima combinación escolapia de la Piedad y las Letras;

También hubo para quienes la religión los salvaba de las tortuosas exigencias de la actividad física y competitiva de los deportes;

Otros no podíamos evitar sentirnos seducidos por la veta artística (musical, pictórica, arquitectónica y literaria) que las comunidades religiosas promovían para quienes nos acercábamos;

Para algunos “feos” la importancia que se daba a la belleza interior y a las actitudes por sobre los atributos corporales y las destrezas físicas resultaba aliviante y esperanzador. Del mismo modo la falta de control y de reprobación sobre las expresiones afeminadas de los cuerpos de los varones y sobre las expresiones masculinas de algunas mujeres reducían las presiones sociales. Para muchos adultos la religiosidad de sus hijos o parientes explica sus expresiones de género no hegemónicas: “Es delicado porque va mucho a la iglesia, es muy buenito” o “Ella no se arregla tanto porque es muy religiosa, no le gusta maquillarse el rostro para no ostentar”;

Algunos otros confesaron ser conscientes de su orientación homosexual ya durante esa etapa y sentirse extremadamente culpables, encontrando en su práctica religiosa (siendo buenos cristianos) una buena forma de pagar por esa ofensa a dios y a sus familias.;

Finalmente hubo quienes aseguraron disfrutar plenamente de un mundo homoerótico y homosocial, donde los muchachos podían vestir faldas y brillantes capas rojas, utilizar collares, desfilar por una pasarela decorada con flores alabados por una multitud, cantar eufóricamente, sostener c¡rios, soplar velas, amarse unos a otros, ser convidados en la boca y alimentarse del cuerpo y la sangre de un muchacho virgen rubio y de ojos claros- todo esto obviando los detalles sadomasoquistas e incestuosos.



1 Elise, Diane. “Tomboys and Cowgirls”, en Sissies and Tomboys: Gender Nonconformity and Homosexual Childbood, editado por Matthew Rottnek. New York University Press, 1999.

2 Kort, Joe. 10 consejos básicos para el hombre gay, EGALES, SL, traducción Josep Escarré 2005

domingo, 7 de febrero de 2010

6 de febrero-


BUCAL / burgos + cabral intervenciones.