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martes, 8 de febrero de 2011

Patrimonios y algo más

julio de 2010
Durante los últimos meses quienes nos identificamos como bisexuales, lesbianas, travestis, transexuales, transgéneros, gays, homosexuales o pansexuales hemos sufrido (otra vez) agravios, violencias y discriminación de parte de los representantes más fundamentalistas de la iglesia católica y de los sectores más conservadores de la sociedad.

Pero no sólo nosotros fuimos víctimas de estos ataques, nuestras familias fueron agredidas y también aquellos heterosexuales (incluso conservadores) que mantienen relaciones sexuales sin estar casados, o lo hacen con más de una persona o son estériles, impotentes, menopáusicas, o usan condón, o eyaculan fuera, o toman píldoras anticonceptivas, o tienen colocado un diu, o practican sexo oral o anal.

Fueron violentadas todas aquellas personas intersex cuyos genitales, gónadas u hormonas varían del promedio establecido por la ley y la medicina, fueron injuriados todos aquellos que no encarnan una tuerca y un tornillo “natural” (como muestra la bandera de queremos mamá y papá) y todas las personas que para encarnar ese cuerpo de futura mamá o papá fueron mutiladas al nacer.

También aquellos niños y niñas que fueron criados por un solo padre o una sola madre, o una abuela, o una tía, o un hermano; todos aquellos niños que son hijos de travestis, de lesbianas, de gays, de bisexuales y que existen ya hoy en la Argentina, que van al colegio, que juegan con otros niños.

Los ministros fóbicos de la iglesia y del estado han intentado impedir la sanción por una ley de matrimonio entre personas del mismo sexo a través de argumentos falaces y oscurantistas que nos tocan inclusive a quienes no teníamos el más mínimo interés por casarnos o a quienes ya estaban casados. La insistencia por reducir la complejidad de nuestras identidades a una simple práctica sexual que puede ser reprimida a través de votos de castidad o de tratamientos psicológicos resulta patética, ofensiva, inviable e ignorante.

Cada vez que se nos llama enfermos o discapacitados por nuestra orientación sexual, expresión o identidad de género, la operación que se realiza es la de invisibilizar la situación sanitaria complicada de muchas lesbianas, transexuales, travestis y gays, de muchos bisexuales e intersex que son diabéticos, o seropositivos, o tienen cáncer, o están en sillas de ruedas, o son ciegos, o tienen hepatitis, o neumonía, o tuberculosis, o gripe A, o son esquizofrénicos, o bipolares o están en coma, o a la espera de un riñón, de un pulmón o un corazón.

Qué pasaría si uno le dijera a esos que nos llaman enfermos o discapacitados que sí, que en efecto muchos de nosotros estamos enfermos. Si a esos que nos acusan de tener problemitas mentales les contestamos que sí, que muchos de nosotros necesitamos tratamientos psiquiátricos. Qué ocurriría si uno les preguntara a los representantes del estado o de la iglesia por qué razón cando vamos a un hospital estatal (o universitario católico) recibimos un trato diferenciado y discriminatorio, ¿por qué el acceso a la salud para la comunidad travesti es casi nulo? ¿Por qué muchas lesbianas se niegan a ser atendidas por ginecólogos argumentado haber recibido de ellos sanciones morales y un trato hostil? ¿Por qué muchos homosexuales son humillados a diario por dermatólogos, infectólogos o proctólogos? ¿Por qué en los hospitales no nos permiten aun donar sangre?

Nos acusan de ignorantes o de mal-educados y al mismo tiempo nos niegan el acceso a cualquier establecimiento educativo emparentado con la iglesia católica. Les impiden a sus hijos que se junten o se hagan amigos de un niño afeminado, de una niña lesbiana, de los hijos de un transexual o de una travesti. Les impiden a nuestros hijos crecer en espacios libres de violencia. No respetan en ninguna escuela el derecho de las personas a llamarse por su nombre o en el género con el que se identifican, no nos permiten utilizar los baños de mujeres por las dudas violemos a alguna de ellas, ni los baños de varones por las dudas estos nos violen y luego la escuela se vea envuelta en algún litigio jurídico.

Qué posibilidades tenemos de acceder, no digo plena sino, regularmente a la ciudadanía si cada vez que un profesor dice públicamente que es homosexual o una docente dice que es lesbiana corren el riesgo de ser expulsados (en el caso de los colegios católicos) o de ser removidos del cargo (para ocupar tareas administrativas que no impliquen el contacto con niños, jóvenes o adolescentes) en el caso de las escuelas públicas o laicas.

Nos llaman promiscuos y con este argumento quieren coartar nuestros derechos, siendo que la promiscuidad nunca le impidió a ningún heterosexual casarse. De igual manera nuestros amigos heterosexuales muchas veces explican nuestra situación diciendo: No ves que se aman muchísimo, se deberían poder casar- siendo que el desamor nunca le impidió a ningún heterosexual casarse. No se trata de que el estado de el visto bueno al amor que dos personas se tienen, se trata de exigirle al estado posibilidades jurídicas para regular nuestro capital, compartirlo y heredarlo a nuestro antojo. Esa es la demanda y ese es el derecho por el que las comunidades LGTB están peleando actualmente.

No se trata de una ley sólo para homosexuales, sino de una ley que también le permitiría a cualquier heterosexual más dominio sobre su patrimonio.

***

En lo personal no me preocupa tanto la sanción de la ley matrimonial como el odio que suscitan las respuestas ante la misma, por lo demás, al fin y al cabo, quienes accedan al privilegio de casarse y al de la adopción serán quienes ya vienen disfrutando privilegios previos.

Me refiero a quienes desde antes del proyecto de ley en cuestión poseen bienes y propiedades para heredar, quienes poseen un DNI que reconoce su identidad, quienes tienen acceso a créditos, quienes no dependen económicamente de una familia homófoba o lesbófoba, quienes no dependen laboralmente de instituciones, organizaciones o empresas transfóbicas, misóginas, clasistas, racistas, machistas o fundamentalistas.

Quienes tengan los recursos para adoptar podrán hacerlo, tendrán hijos quienes dispongan de la estabilidad económica para pagar una inseminación artificial o alquilar un vientre, se casarán quienes tengan las monedas para llegar hasta el registro civil.

Quienes se casen y adopten serán los que (mirando así un poco por encima) ya sabíamos de antemano disponen de los medios para hacerlo. El acceso a estos derechos con seguridad seguirá el orden jerárquico de las siglas políticas, primero Gays, luego Lesbianas y con mucha suerte, más a futuro accederán Trans y Travestis (también en este orden).

Mientras tanto nos urge que la sociedad y las autoridades tomen conciencia y se hagan cargo del odio y la fobia social hacia nosotros, ese odio que empieza con la exclusión familiar e institucional, y continúa con la falta de acceso o el acceso diferenciado a los sistemas de salud y educación, o el maltrato que sufrimos hasta en el sistema penitenciario (porque al igual que muchos heterosexuales también vamos presos y al igual que ocurre fuera de las cárceles, también adentro recibimos un trato discriminatorio).

Queremos que el estado y quienes tienen tantas ansias de ley comprendan la necesidad de cambios culturales mucho más profundos que meras sanciones legislativas. A muchos de estos cambios ya los estamos produciendo: caminando tomados de la mano, mariconeando, chongueando, sonriendo, devolviendo los insultos, celebrándonos, montándonos, maquillándonos, nombrándonos y burlándonos de todo, incluso de nosotras mismas.

Así sobrevivimos pero queremos más que sobrevivir, queremos que quienes dicen representarnos asuman el hecho de que aun no se ha derogado el código de faltas que es claramente homofóbico lesbofóbico y transfóbico, que los planes de gobierno y la justicia se encarguen de redireccionar, cuando no erradicar, el asco desmedido que las personas aprenden a tenernos (en las familias, en los colegios, en las iglesias, en las calles), porque sabemos que nadie nace odiando a las travestis, a los gays o a las lesbianas, nadie nace teniendo asco por transexuales e intersex, ese odio se aprende y se enseña, se alimenta todos los días a cada rato en cada casita de cada barrio. Uno no nace homófobo, uno llega a serlo.

Por eso hoy, ante las argumentaciones homófobas de la iglesia y los fundamentalistas les exigimos a los senadores piensen seriamente en ese odio que se nos tiene, en ese asco irracional que muchas veces termina en el homicidio, en el exterminio de todo lo que no es heterosexual. Recordemos que en nuestra provincia hace sólo cuatro meses que Natalia Gaitán fue asesinada por lesbiana y que la muerte de Vanesa Ledesma en manos de agentes de la policía cordobesa, lleva años sin esclarecerse.

La urgencia que tenemos por garantizar nuestros derechos humanos no puede dilatarse más, se nos va la vida en esto, queremos poder comer, ejercer nuestras profesiones, estudiar, queremos curar nuestras dolencias y vivir nuestras identidades, demostrar afecto o pura calentura, opinar y expresarnos sin ser descalificados ni ser perseguidos por ello.

Lo que está en juego este 14 de julio en el senado no es la aprobación del matrimonio entre lesbianas o entre gays, lo que se juega es la posibilidad de decirle NO a un sector de la sociedad que nos detesta por no ser como ellos y evidencia sin ningún pudor sus políticas de exclusión y marginación. No se juega el derecho a la igualdad o a ser como cualquier otro, sino el derecho a ser diferentes sin ser violentados o discriminados con argumentos patéticos que parecen chistes y que hasta nos reímos cuando escuchamos algunas de esas ridiculeces. Sin embargo, las consecuencias de toda esta violencia no son chistosas ni ridículas, nos afectan porque conocemos en carne propia el costo material de los disparates de monseñores y mandatarios, los disparates de un montón de señoras teñidas de rubio fluorescente y con anteojos gigantes hablando de “lo natural”, de chiquillos atrozmente manipulados repitiendo por las calles “queremos mamá y papá” o “matrimonio viene de la palabra matriz y eso significa que puedo negarte los derechos que se me ocurran”.

A toda esta gente que se arroga el derecho de llamarse familia y de llamarse iglesia, que cree tener autoridad para decidir qué es lo moralmente correcto y qué no lo es, me gustaría decirles que no necesitamos de sus enseñanzas porque nosotros ya tenemos nuestras propias familias, tenemos nuestros proyectos de familia y nuestros ensayos de familia, tenemos nuestros resentimientos y nuestros karmas de familia. Ya hay niños entre nosotros, con nosotros y como nosotros. No necesitamos de sus enseñanzas ni de sus aprobaciones porque nosotros como ciudadanos ya tenemos nuestras propias creencias, nuestras formas de ser ateos y de ser iglesia, no necesitamos su autorización para profesar nuestra fe o expresar nuestra espiritualidad.

Quiero decirles que mientras ustedes nos enviaban a la hoguera nosotros hemos estado ocupados diseñando estrategias de resistencia, hemos continuado naciendo en medio de sus familias, nos hemos criado en sus escuelas y sus templos (bien en el seno homófobo de Cynthia Hotton). Hemos aprendido a perdurar entre ustedes y a pesar de ustedes, hemos elaborando nuevos cuerpos (más ágiles, más gozosos, más pensantes), hemos hecho amigos y aliados, hemos construido registros y memorias, hemos contado varias veces y con varias versiones nuestras historias, tenemos nuestra propia ética y nuestros modos de leer la biblia y el kamasutra.

Sabemos cómo rezar, como bautizaros y como celebrar cada nueva iniciación. Sabemos con toda certeza cómo enterrar y llorar a nuestros muertos. También cómo desenterrarlos y resucitarlos cada vez que sea necesario.

No somos pocos y no estamos solos, quizás algunos estemos locos y otros estemos enfermos, varios seremos ignorantes y promiscuos, con seguridad no somos iguales y pagamos un costo alto por ello. No somos iguales pero gracias a todo vuestro fascismo estamos más juntos últimamente, estamos unidos, debatiendo y pensando mundos más habitables, construyendo lazos y comunidades junto a un montón de argentinos y de compañeros latinoamericanos que nos acompañan y nos incentivan a seguir luchando.

Estamos cantando, bailando y cogiendo mucho más por estos días, con amor y sin amor, entre dos, entre tres y entre más también. Sólo nos detenemos para amamantar a nuestros hijos o para contarles cuentos en los que ni los lobos ni los monstruos son cazados, cuentos en los que nadie es casado, en los que ricitos de oro puede ser adoptada por la familia de osos y ningún estanciero sojero sacrifica a la gallina de los huevos de oro. Estamos haciendo historia y estamos disfrutando mucho que se trate de nosotros esta vez, por eso nos reímos, gozamos, nos hacemos compañía y nos hermanamos, porque intuimos que entre tanto puto, tanta torta, tanta trava, tanto trans, tanto bi, tanto inter y tantos niños el verbo finalmente se está haciendo carne.
Juan Manuel Burgos

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